Todos nuestros muertos buscan lo mismo: alguien quien los cure.
Y da igual si fuese un roble o la peor manzana, uno nunca se pregunta
por las mentiras que nos hacen soñar; es simple:la realidad es siempre
tan brusca.
Y así avanzamos por este riachuelo de días alternados (y
afiebrados, también), navegando en comparsa por tu memoria inundada de
manos secas y cercanías.
Con una quetiapina ruidosa en el zapato, tu memoria me abre la intolerancia de misterio y equipos de consuelo para deprimidos.
Mejor es que me traiciones con mil hombres o un sueño, a que me dejes
morir un segundo más por tus labios tapizados de flores y vacío.
Yo no tengo nada que ofertar: solo estos ojos y estas obsesiones.
Mis tiempos han pasado: solo soy un pedazo de lengua, que tiene tanto barro en la mente.
Eres desconsuelo de los melancólicos, infierno para los obsesos; pero
así, así te quiero, con tu dosis de abandono y tu destierro de plagios y
sensibilidad; ciegos tus ojos, no encuentras explicación para la
emoción de sentir mi mano gravitando en tus venas, hurgando miel en tu
angosto pecho, o purgando tu mapa de olvidos, estropeo mi cabeza tan
llena de alienígenas y buenas intenciones.
Te niego en cambio que
respiré de tu boca el día claro. Yo buscaba qué escribir y encontré el
temblor de tu pulso, tu cuerpo agitado de furia y magia de luz y
vacilaciones. Te miento que me encuentro bien. Y tu cabello es la droga
que más me perdió en un misterio de kilates y medicinas de liberación.
Tengo presente a todos nuestros muertos. No me encuentro bien ahora. Quizá mañana nos unamos a ellos. Y me aturda de autismo.
La metáfora de tu boca se corresponde grávidamente a este océano de
besos; y yo me escondo tras mis palabras, mientras te hablo y nadie
comprende la necesidad de protegerme de ustedes, los especialistas.
Es cierto, me victimizo, por eso pierdo la fe.
Y me cuido, pero me enojo. No hay salida tampoco para tus ojos enorme
ni tus lágrimas provincianas. Quisiera morir una vez más enterradito y
atrapado en tus brazos, enfrentarme como un cobarde a tu voz de futuro.
Mi esperanza es un templo al que acostumbro ir para llorar por las almas
que he enviado a la locura. No vaya ser que nos dé frío. Y este dolor
de pecho, sea en realidad la muerte que se anuncia como una novedad en
tu bien disgustado, porque por ti me convierto en cuerpo de otro, y en
otro por descubrir o recordar desde lo que alguna vez fue un campo de
batalla, donde nadie extraña a sus muertos, pero todos lloran.
Algún
día volveré tras de ti a pedirte que unas con tu compañía mi cuerpo
difuminado por el fuego de la experiencia. Y por fin sabré quién soy: mi
búsqueda por fin habrá culminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario