Me ardes entre los argumentos de la memoria, como fractura en el paladar,
con tu fuego de distancia y noche.
Tanto le temo a tus ojos, que me encierro en este silencio
del agujero que dejaste al irte,
cuando te llevaste mis ojos de cielo.
¿Qué queda para un idealista?
Yo nunca podré tener alas,
Por un minuto siquiera, entre todas estas ideas obreras,
entre mi desquiciado aserrín, y mis armas todas oxidadas,
me dibujo sin sombra, con tus ojos calientes, y tu fiebre que ya no me atiende
ni me piensa.
Me dejaste sin manos... Y vacío.
Me quitaste los ojos y me hiciste de mente occidental,
constructo fanfarria de tu edad, sin vocación de vida, desilusionado y
muerto por fin. Loco de atar, sin ruta fija. Un esqueleto hambriendo y
veloz, que se muere de soledad, y está preso de los agujeros en tu piel
mustia, de tu infancia retira. Un depresivo perro, que se ausenta cuando
más lo has cuidad
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