I
Perdóname, perdóname, Esther, por no aprender a
vivir sin ti. También yo estuve olvidado en el fondo de tu memoria,
buscando el nombre de tu dolor, pero no lo encontré en ninguna
enciclopedia. No tengo más síntomas de carisma, y tu existencia
se me torna tan peligrosa como tu ausencia. Te haces medianoche
insalvable, media noche color de plañideras y entrañas rocosas. Todo lo
que quise hacer es solo camino por recorrer. Intento no mirar atrás,
porque me doy cuenta que sin ti me encuentro perdido. Estoy adherido al
sabor de tu boca. Y aunque te debo tantos aniversarios, siempre te
encuentro en mi llanto. Esta fama de canalla la tengo bien compartida.
Es el precio de no encontrar tus huellas. Es que no sé exactamente a
dónde vas. Y yo quiero ir tras tus pasos, pero siempre he sido torpe
para recordar fechas importantes. Así que me conformo con parecer un
imbécil, y escribir para ti, las disculpas del caso, haciéndome más
inválido y menos sensible. No atiendo a las circunstancias, porque la
noche no duerme, y no caben palabras en este olvido que se hace violeta.
Yo te espero espero, por si se escapan de tu boca ciertos olvidos, y me
pagas por fin el matrimonio que me debes.
II
Qué
debo, qué debo, Esther, qué debo hacer para otra vez recrear en tu
rostro una pimimigenia sonrisa que alegre, sencillamente de acuerdo, mi
alma fantasía. ¿Cúantas veces más debemos morir para poder hacernos
menos gentiles, y cada vez más robots? Y
yo desde lejitos, con mi cara de cuy, mis ansias todas tuyas, que no
solo te pertenecen, sino que te justifican, y a tu pena también. Yo que
fui el peor de los hombres posibles, y tú me sacaste de la cárcel de mis
tristezas para llevarme a caminar por tu avenida todita llena de flores
y música. Mi sintaxis todavía era lo que tu boca dice, un tapiz para la
buena memoria. Cuando me golpeé la cabeza, me perdí en tu cerrazón. Tus
piernas que son bien blancas blancas, han de extrañar el suave trinar
de nuestra piel, al chocar como dos esperanzas copadas de turquesas. Ya
no beso tu boca. Y un poco como que me cuentan que ya te has muerto. Le
hablo a tu fantasma, entonces, que es el que cada noche viene a
despertarme por si no hay más paradas de autobús en mi sueños. Ya me voy
a la universidad. Pero Calamaro te nombra. Y yo no sé cantar. Solo sé
tener cara de roedor, ser dientón y decirle al mundo que escribo, aunque
en verdad soy pésimo escritor. Quizá lo único que hice bien fue amarte.
Pero ya te fuiste... Entonces ya no sirvo para nada, Esther...