martes, 18 de diciembre de 2012

Desintoxicación

¿Qué ha hecho la sociedad por mí?, le interrogo al reflejo.

Es que ya estoy harto de fingir ser cortés, cuando lo único que siento es una rabia que aumenta cada día. Y una tristeza que será el único peculio de mis hijos. Y esta sensación de no saber qué escribo.

Si por mi perecer fuera, que el tiempo se detenga en una inmensa acuarela, desde donde las provincias del tiempo puedan acoplar a este sollozante presente, toda su impaciencia, toda la rabia que en mi interior contengo. Y por más si pudiera, con estas ansias y estas fuerzas, este peligroso destruir, quisiera colmar de sangre la tierra, y que florezcan desde el carmesí insensato las prodigiosas flores venenosas que a la muerte me han de presentar. Porque, ¿qué ha hecho esta sociedad por mí? , si tan solo me excluye, me ensimisma y me arrebata con su fealdad todo lo que por impaciencia merezco. Y yo, derruido como los faroles de tus ojos, abastecido y enfermo, algo tocado de nervios, persiguiendo una neurosis que se me escapa, siento llanamente una pierna dormida. Y el arma que me espera en la habitación del rábido asceta.

He perdido mi cuerpo. Los blasones informes de tus senos miel se deshojan. Y el día, a quién le importa este escrito, si lo único que exaspera es este Yo sublimando su represión, sus oscuros deseos de morir muerto de celos envuelto en tu piel crema.

Deshojaré la sociedad. Cogeré mi rifle e iré de escuela en escuela a disparar a lo primero que respire. Y mataré niños y niñas, y desayunaré sus órganos en el desayuno, y para el almuerzo su piel.

Pero no. Yo no soy un desalmado asesino. Mi alma, esperpento de agujeros polios, no puede acabar con la inocencia. Entonces decido descargar mi frustración con alguien inferior, que no sea tan puro como mi alma pura, que no hay sufrido el traumático descenso. Y elijo primero a los emos, pero estos condenados, conozco a una que se autoproclama tal, y ella mal que bien, me agrada, sobre todo por a veces, cuando aparece desnuda en mis pensamientos a hacerme el amor con sus duras balas de salva que golpeaban mi cerebro con la fiereza de una psicosis. Y por eso, decido matar a todas esas lacras que abundan, esos parásitos. ¿Y la sociedad? Acaso me agradecerá hacer una purga en su piel íntima, de cotejar sus tatuajes de extipar sus lunares. No, para mí tiene reservado un lugar ideal: el reclusorio.

Pero, no gracias. Prefiero la muerte. Mi muerte y la de todas esas lacras.