¿Alguien conoce a la doctora Carlota Flores
Scaramutti de Naveda? Bueno, ella es profesora de la PUCP y ha sido
premiada y mejor valorada en el extranjero que en esta su tierra, a la
que tanto quiere y por la que, en silencio, tanto trabaja.
Es una señora de una sonrisa llana; no necesita maquillarse porque,
aunque ya está mayorcita, sigue siendo hermosa. Y las palabras escapan
de su boca y llegan hasta su interlocutor con suavidad, cadencia y
poesía. Es todo amor. Es como una madre para todos los que estudiamos
literatura, solo que algunos, la gran mayoría, no lo sabe. Ese día que
la vimos en su casa nos dijo algo tan cierto: "En este país conocemos
mejor a los escritores de afuera, pero entre nosotros somos
extranjeros". Es decir, nadie valora el trabajo de escritores peruanos
que escriben excelente, porque prefieren valorar el trabajo de
escritores que les traen un producto "mejor elaborado". Y es tan cierto.
Nadie conoce a esa hermosa escritora, que escribe tan hermoso como
habla, que trabaja tanto como ha vivido, que ama la literatura peruana
tanto como ama la vida. Y nadie le rinde un merecido homenaje. Sé que
aún soy nadie (y el hecho de que me oculte con un seudónimo es
sintomático también), pero algún día quizá sea algo, y sé de dónde vengo
y sé a dónde voy, y sé que ella quisiera tanto que reconozcan lo que
ella hace. Quizá el silencio en que lo hace no sea silencio, sino que
los otros (los otros, esos que juegan con el mercado) hacen tanto ruido
con sus teatrillos que silencian su voz como trino, su voz que es todo
calma y poesía. No sé si estas líneas estén a la altura de lo que ella
merece, pero deseo sinceramente que dé pie a que valoren lo que ella
hace por nuestra literatura.
domingo, 26 de enero de 2014
lunes, 20 de enero de 2014
Desolación
Voy a cubrir tu cuerpo de rosas, de largas
carreteras que no me hagan dificultoso accederte, de momentos grávidos
que llamen a lugar un beso, como la primera vez en un auto. No quiero
más cubrir tu rostro de lágrimas, ni el mío, cubrirlo de
muecas ni sentidos. Quiero momentos lúdicos. Porque tú eres como mi
hermanita, con tus largos dedos y tus cuatro ojos, con tus intuciones
parecidas a las mías, y tu quiebre y tus labios rosas, y tu nariz
perfecta, como un botoncito, y tus pensamientos a futuro. Por eso te
traje conmigo, aquí, en mi bolsillo y en mi pecho, como un collarcito
que nunca se cae, como un tatuaje que nunca quise hacerme, pero fue
hecho por necesidad. Yo quiero recorrer tu cuerpo como lo recorre tu
sangre, llenarte de caricias intermitentes e interminables. Yo voy a
cubrir tu pecho de luceros y de cielo; voy a dibujar tu necesidad, y la
asiré a mi garganta para que de todas maneras, al anochecer, necesites
de mí. Tú eres como mi hermanita, cuidado cuidado, que hacemos un
simpático equipo. Porque teniéndote cerca, yo jamás me rendiré. La
fatiga la borras cuando surcas tu dedo mágico por mi frente llena de
sudor y viento. Voy a llenar de versos tu boca, y me extinguiré contigo
en el siguiente beso, cuando vuelvas a este fantasma y a esta necesidad
de necesitarte, una fiesta para dos corazones desarrapados.
domingo, 12 de enero de 2014
Cómo perderte por un sueño
Eso que tú llamas terquedad, no corresponde sinceramente a lo que evoco a tu partida: si te pido que no me dejes solo o que me acompañes a dormir o sueñes el mismo sueño que yo, más que satisfacer un deseo sobrenatural, es ir creando esto que debiera ser mutuo, y comúnmente llamamos amor. Pero tú no entiendes de eso, tú solo sabes de mi pasado turbulento, un hospital y los resquicios de este presente que amenaza quebrarse. Y tus novios que te fallaron y mis dedos que no te tocan porque te quiebras como cristal. Si yo te pidiera que nunca más me dejes claudicar, tú dirías que soy un tonto; si te pido que me dejes ser escritor y escribir para ti y para mí, dirías que pierdo el tiempo, y no empujarías mis sueños, no tanto por esta irradibale incompatibilidad de carácteres, como por el simple hecho que de nuestras infancias aún tenemos el dolor y el puñal. Ya te habían entregado casi todo, yo te di un poco más. Y solo me quedo con los relojes y mis sueños. Y los relojes se han detenido y perdieron color, y mis sueños, mis sueños ya no pueden volar, porque me quedo aquí, hundido en este rincón, mientras tú te vas te vas con alguien que tal vez no tenga sueños, que tal vez impere del tiempo a tus ojos porvenir, y de mi boca, la fiebre y el terror, que salen más torcidos que silencios diáfanos y mutuos improperios. Porque esta ignorancia de tu sueño con él o si en esta ploma madrugada, cargada de lágrimas y teléfonos apagados, me voy haciendo un gato gordo y verde, pero soñante. Qué soy al fin, ¿tu inmediatez o la insolencia de tu boca? Y quizá de esta parte, mis más sincera culpa, podré bloquear tus fotos, pero no podré bloquear tus recuerdos en mi cabeza. Ni estas ideas que transitan ávidas ávidas de ti de ti. Y soy un diccionario, un antes. Alguien que por perseguir sus sueños, te dejó dormida. Lo siento por eso. Me duele me duele, algo así como si me hubieran cortado las alas. Ahí tienes la continuidad, entre este mi fracaso y los sueños horadados.
sábado, 11 de enero de 2014
Madre...
Madre, cuando amiptriptilina no sabe hacer su
negocio, apareces tú para pintar mañanas en mi futuro truncado, para
trazar con tus besos senderos por los que tu hijo prematuro, con dientes
de leche en el corazón, pueda transitar ávido de tu cariño, memorable bribón que se retuerce de pena tras tu ausencia.
Y, madre, cuando amitriptilina no sabe llenar todas estas ansias que me llegaron por correo el día en que te fuiste, madre, apareces tú, con tu delantal y tu abrigo, enseñándome a cazar dragones bulbos, enseñándome a persuadir los relojes, inequívoco truhán, y recortar gladiolos de tu jardín que desde te fuiste se implora tan invierno. Madre, cuando amitriptilina no sabe cuidarme de esta bronca y de esta profundidad, tus ojos desde mi recuerdo me dan su luz y dibujan en este rostro avejentado por tu ausencia una marca de perpetua timidez.
Y es que, madre, ni amitriptilina ni yo sabemos cómo haces para borrar todos estos ruidos de mi mente, que me engañan y me aislan, porque, madre, desde que te marchaste sin avión, permanece gris tu habitación y tu jardín. Y esta sonrisa que se muere de ganas por llegar hasta ti.
Madre, no te olvides de tenderme la mano, cuando yo quiera llegar volando al sol, si quiera para verte un ratito.
Y, madre, cuando amitriptilina no sabe llenar todas estas ansias que me llegaron por correo el día en que te fuiste, madre, apareces tú, con tu delantal y tu abrigo, enseñándome a cazar dragones bulbos, enseñándome a persuadir los relojes, inequívoco truhán, y recortar gladiolos de tu jardín que desde te fuiste se implora tan invierno. Madre, cuando amitriptilina no sabe cuidarme de esta bronca y de esta profundidad, tus ojos desde mi recuerdo me dan su luz y dibujan en este rostro avejentado por tu ausencia una marca de perpetua timidez.
Y es que, madre, ni amitriptilina ni yo sabemos cómo haces para borrar todos estos ruidos de mi mente, que me engañan y me aislan, porque, madre, desde que te marchaste sin avión, permanece gris tu habitación y tu jardín. Y esta sonrisa que se muere de ganas por llegar hasta ti.
Madre, no te olvides de tenderme la mano, cuando yo quiera llegar volando al sol, si quiera para verte un ratito.
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