martes, 2 de abril de 2013

La muerta bella

Yo aquí, tendido a tu lado, acaricio tu piel suave, suave como seda, como cáscara de melocotón, con esas texturas puras, y ese color caliente. Y recuerdo misteriosamente esa prehistoria, cuando tu cuerpo acoplado del mío, respirábamos expeditos, y en este aliento, sofocados, intuíamos con destreza los siguientes pasos. Y esos eran acariciarnos todo, desde el cabello hasta la raíz del alma. Y así, buscar nuestros orígenes en una hoja de papel, para recrear ficciones que pudieron ser fantasmas. Y huella a huella, llenándote de mí, me iba copando de ti, acariciando tu piel clara, tus dedos largos, besando tu cuello. Y tú respirabas y tú arañabas, y yo hurgaba tus interiores, y de esa forma respiraba someramente el candor de tu encogida alma, para que luego al unísono exhalemos ese grito sordo y tenue que explicaba por qué existíamos. Hartos de gritos y de llantos y de insultos, al final siempre nos rendíamos a un abrazo, a un juego de tu piel bajo mi piel... Y de esta forma, yacíamos como exhaustos bajo el temple del amor...
Pero ahora, yo aquí tendido a tu lado, lloro. Y acaricio tu piel suave, tu nombre lo he escuchado y me dicen que te encontraron tendida en el suelo, luego de ingerir docenas de pastillas. No pudieron hacer nada para salvarte. Y yo acaricio tu piel, pero ya no puedo continuar nuestra historia. Te amo