No
eres más que lóbrega música que resuena y resuena, como cualquier otro
recuerdo, en el profundo dolor de arrastrar mis dedos huérfanos de tu
piel. Mis dedos siempre en busca de tu piel y tus labios, para tocarlos y
hacer de ti un minuto, una sonrisa, un cielo menos tejido. Y siempre
andarán buscando esas líneas que te definen y esos puntos que te hacen
gravitar y esa piel de rimas y orgullo marchito.
Intentando no morir por vez número veinticuatro, evitando tu alma y tu
primera vez, como ángel que le grita al infierno, yo aquí te espero,
decidido a agonizar, por si me encuentras antes de insitir. Y las
secuelas que debes limpiar antes de quitarle el luto a mis labios, y por
supuesto, a mis dedos, que fueron los primeros en notar tu ausencia y
los primeros en denunciarla.
Ya lo ves, nadie da ya un verso sin
pedir algo a cambio, y yo solo te tengo a ti, para defenderme de
tempestades y extraterrestres, tú entiendes, fue esa vez que caí de pie y
morí otra vez, ronco y acompañado de mil hermosas imágenes, me golpeé
la cabeza, y no tengo más remedio que necesitar de tus terapias bien
temprano por la mañana, para fingir en un mismo día, otro día huérfano
de ti.
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