sábado, 29 de junio de 2013

Algún día, un café

Me desperté y tenía al mundo aplastándome. La temprana aurora había roto sus pactos con el sueño. Y se hicieron las formas, con sus alargadas mientes, clausurando toda discrepancia del terror. De esta forma, quedaban selladas todas las fobias que nos son impuestas por el destino. Para el atardecer, los niños salieron, como es su costumbre, a rondar por los juegos del parque.

Y todos mueren. Y yo, hecho jirones.

Pero me quedas tú, que eres como la justificación de mis faltas, el hombro donde apoyarme, la tentativa de olvido progresivo, el eco tierno de la tormenta que se va.

Cuando no puedo pensar bien y se ocupan de mí esos fantasmas que de a pocos se comen mis pensamientos, cuando amanezco y rodeo la neurosis, con sus anfetaminosas manos circulando mi mente, en ti encuentro un escape, el pasadizo silente que me ha de llevar a una cama remota, para que descansemos como dos moribundos a pleno despertar.

Es como un fogonazo de estúpidas palabras, con sus telúricas imposiciones, y el traspié del amor. Como si hubiera respuestas para esta cárcel. Y la distancia, con su tendencia a engordar, nos separa, porque es irrompible esta mirada, este desmedro, esta existencia que no se olvida. Dime, por favor, que quieres volver a contar mis penas, a ordenarlas y ventilarlas y maquillarme con tu alegría que sondeaba mi universo literal. Y tus ojos, que yo quise tanto, que yo, por suerte, encontré, quietitos quietitos, mirándome, porque yo fui sincero y también fui único, porque nadie te enloqueció más que yo, con sus flores energéticas, con su bondadoso desliz y su paranoia. Y que de mí, por cierto, guardas el lívido recuerdo de un tipo dando vueltas por la habitación. Ya no es más tuyo ni mío. Esto es el presente. Lo siento, pero ya todo es incontenible. De todas maneras, cualquier párrafo es tuyo. Porque se asemeja a tu dulce maravillar, tu reflejo edulcorando mis consabidas penas.

Chau compañerita.... Me da frío y el frío, pena; y la pena, suicidio. Mejor me abrigo y trato de inventarte en mis sueños, ya que mis pensamientos diurnos se tornan apestosos, cargados de miserable locura.

Por el bien de la humanidad, tomemos un café.


Porque ya me cansé de ir y detenerme en los detalles, pudiendo contemplarte desde dentro, quiero decir, tomarte por el alma y construir contigo un universo nuevo. Como si fuese tu planeta y tú, mi estrella.

domingo, 23 de junio de 2013

Cuatro prosemas y un poema sin sentido

A la golondrina viajera


I

Yo sé que dijiste que me alejara, y, bueno, eso trato; pero tú sabes -bien lo sabes- que soy medio obsesivo. Y pues, necesito que me desbloquees un poco de tu vida porque, serenamente, quiero hablarte, decirte algo, algo serio, cosas nuevas. Por favor. Si me dejas decirte lo que debo, trataré con todas mis fuerzas de que sea la última vez que sepas de mí. Entra en mi vida o viceversa. Son solo pequeños instantes que quiero poner en cuenta, dado que en esta etapa me encuentro exageradamente mal. Y yo solo quiero aclarar algunos puntos. Te lo ruego... Sé que aceptarás, porque de vez en cuando es bueno enloquecer en agradable compañía, hablo, por supuesto, desde este lado. Tan solo necesitamos saber algo y algunas cosas. Agradezco tu tiempo por la lectura de este prosema, perdón, mensaje, quise decir mensaje, que por cierto me salió bonito: es que cuando estoy así de mal todo es poesía. 

II

Cándida locura. Por favor. Mi sintaxis pierde coherencia. Formas parte de una macroestrucctura que se debe efectuar en mi vida. Solo por un segundo. Prometo no portarme mal. Soy ese antepasado que conociste. Y de ese rato, tan solo atesoro las sonrisas. Déjame hablar contigo, solo una vez, solo una vez... (Mi desesperación es tal, que ahora lloro)... Solo una vez. Por un segundo universal, con su impaciencia a paredes quebradas, con mi miserable existencia, quisiera conversar con alguien, saber que no todo esto es tan hipócrita, que la luz que me alumbra, al menos eso, es algo que merezco, no por obsesión ni persistencia, sino por simple mérito. Y quiero aclarar toda esta basura que hay en mis pensamientos. Solo una vez. Tú lo dijiste: "Déjalo ir, si vuelve es que fue tuyo..." Acá estoy, suplicando por una sola vez. Me siento tan solo. Una sola vez, te lo ruego, te lo ruego...

III

Esos ojos, Dios, reconozco esta mirada, pero a cambio de entonces no pretendo lastimarnos. La realidad, y aunque te burles groseramente de esta mente desquiciada, te digo que necesito de alguien, no para que me rescate, quisiera conversar con un alma, quisiera tener una charla inteligente con un ser acrónimo como yo: veo que has aprendido mucho. Y quisiera aprender eso. Por favor, por favor... Una vez tú me pediste tantas cosas, y yo me esmeré por retribuirte, pero lo hice todo tan mal. Cuando quise arreglarlo, tú ya tenías a otro, y por eso me enojaste la razón, y yo decidí alejarme. Luego el tiempo y los problemas, la terapia y esto... Ahora, yo soy el que ruega... Si me dices que me esperas al lado de un ovni, arrastrando mi miedo iré, necesito eso que la gente dice compañía, y tú eres fundante para resolucionar mis dudas crepusculares, colmadas de lágrimas y neurosis que me aguijonean de cuando en cuando, mientras tienes sexo con un fulano.

IV

Derrotado, arrepentido, colmado de magras palabras, que se insuflan para, más o menos, según su proceder, hacerme sentir bien. Y dicen ellos, que tú no eres digna, que apestas a muerte y locura. Pero yo no sé de eso. Y si lo sé, tal vez me contaminé de tu narración andante. Y yo aquí, rompiendo más o menos este delirio, cuadrando mis ojos, arreglando el cielo. Y bajo ese cuerpo, lleno de sudores, con tus sentidos acalorados, a mitad de un orgasmo, tal vez recuerdes este odio renovado, con su desprecio y su malsana adicción. Y entiendas que no eres la única persona que sufre un desencando en plena noche de sexo futil. A veces se recurre a él para sentirnos queridos. No sé si esto es depresión, ansiedad o una corriente obsesión. No sé si capricho, hipomanía, delirio, o es todo a la vez. No resisto saberlo. Pero siento tu olor: eres virgen putrefacta, con rescoldos de pastillas y jarabes. Necesito compañía, no por el resto de la vida, porque sé que me abandonarás a penas abra la puerta, necesito al menos que en este trance marihuano me recojas, para de esta sórdida manera, olvidemos el sexo, y dejemos de contar pétalos y cenizas. Y que me expliques, por qué, luego de tanta pasión y noches de desenfreno, con sus crisis paranoicas, con los extraterrestres invadiendo la habitación y sus incontables sonrisas atrapadas en el espejo, por qué se suscita desde ti ese odio rabioso, como si yo fuera el epígrafe de tu suicidio. Cuando en esa época, mi voz se quebró y llené de episodios psicóticos, tú me calmaste como si fuero uno de tus hijos. Y ahora... Ahora que este hijo está otra vez cayendo por el abismo, ¿por qué no abres tus piernas y me dejas caer suave y cálido sobre la plenitud de mi infancia? Con tus necias palabras vas apagando el fuego que en mi interior resplandece en pos de un mirada adulta que me diga: "Tranquilo, tranquilo, los extraterrestres no vendrán por ti".

V
Prosema sin sentido

Despierta, oh hijo mío. Despierta y abraza a tu padre, abraza la gloria entendida como playa de estacionamiento. Es hora de que sepas que yo soy tu padre, yo soy ese tipo que desde antes de verte te maldijo y puso sus genes insípidos en ti, para que tú, malamente, propales la sinrazón de mi existencia, en este valle de lágrimas. Eres el capricho eterno de mis pretensiones, de mi ansiedad, de mi llorosa ausencia, porque en ti, y gracias a ti, hijo mío, yo podré conseguir el cariño necesario para atreverme a saltar desde tu mente. Y tú debes implosionar, desbordar tus emociones, encaprichar con tu talante quebradizo la promesa rota, del mundo épico que dijeron, así me constata, había de venir desde arriba. Y yo veo tus ojos, y veo tus venas, tus vírgenes venas, con tu cerebro aterrado, mírame, hijo mío. Aquí estoy hecho fantasma para preceder tu tristeza. Te he dejado un par de dedos. Y una quebradiza salud mental. Y el deseo innato de acercarte a la muerte. Porque de allá vienes, con tus sabroso lenguaje de charco, de pintura, de sal derretida. Echa a andar, hijo mío, los mecanismo de defensa. Y coloca el cañón aquí, en mi boca, luego corre, corre lejos, ya no quiero bañarte de sangre. Ni hacerte daño para siempre, huye y muere en el intento, hijo mío, quizá tengas más suerte que yo, y disfrutes con ternura tu infantil suicidio.


viernes, 21 de junio de 2013

Solo el amor me curará

A P


Cuando nos conocimos, yo apenas empezaba a ser un niño, y tú, ya habías encontrado un sendero. Por lo tanto, la diferencia de caracteres era total: yo con mi introversión, tú con tus palabras que lo inundan todo. Y esto que nació para matarnos. Y esta desidia y esta enemistad disfrazada de gusto    criminal. Entonces una infame sinrazón, como si antecedieran al desastre, esa ladina necesidad de hacernos falta, con los ribetes a desamor tras cada amanecida, los ojos simples y el tartamudeo que no dejó de soplar en mi interior. Y tú, acaecida de recuerdos, rebosante, como un oropel, como un tejido, como la mitad que se muere cada noche, perecías tras cada crisis. Aún no era tiempo para eso, nena. Aún... Y fue así que tratamos de conciliar mi amarga locura, esa pestilente indecencia, con tus cálidas emociones. Y yo aprendí de ti cosas que ni siquiera sabía que existían en mí, cosas fabulosas que fuiste puliendo con tu arte trágico y silente. Y tú aprendiste de mí amarguras y malos ratos. Y de ellos consumiste la savia perpetua, el agrio terror, mis distimias, mis disforias, la locura pasional que fue tornando de rojo el soterrado amor. Latente, tras los estribillos de tus voces, la temprana noche iba royendo todo lo que pudo, nuestros pensamientos, las histerias, el saberse muertos a plena luz del día, en un cabizbajo trajín todo se consumió bajo esta demencia.
Y cuando todo iba bien, nos acurrucábamos pensamiento a pensamiento, y nos dejábamos influenciar por el futuro imperfecto y soñábamos con eso que algún día nos pertenecería. Pero otra vez mis ganas de comer tu corazón, y repté por tu llorada calle, hasta llegar a tus piernas monstruosas, en donde me inundé, como un temor que regresa.
Yo aquí, moribundo de ternura, roto por el vaivén de tu recuerdo, hostigado por eso que nos hirió, miro mis últimas luces; me acompañan el frío canto de un goteo, el temblor sepulcral y el opúsculo meditante de una alargada sombra. Y eso soy: la sombra de mi persona, el trastorno que te persigue, un hincapié de tu memoria. La noche trascurre sin novedad. Se alzan las garúas. Y tu perpetras el homicidio príncipe, con su holgura a pan muerto y sus pesquisas descollantes. Se muere algo cada segundo, es tal vez el recuerdo tuyo de mis dedos flotando en tu vientre, o tus labios limpiando mis lágrimas. Ya no hay naves extraterrestres a las que temer, ni ansiadas perezas, ni un muerto que renazca, solo estoy yo con mi miedo y mi soledad, cubierto de cintas de agua, tratando de morirme por tu ausencia, por tu pintada incomprensión, tu adquirida indiferencia, como si, decentemente, aclarásemos esa partida de meteoritos fugaces que caen. 
En un segundo, con tu palabreo y mi enemistad, se contrajeron en el universos miles de aromas. Del otro lado, en tu boca la sangre fluye como estival. Se renace con cada suicidio. Pero no es cierto que tú seas el final, claro que tendremos tiempo para imputarnos largos terraplenes de ínfulas. Los que es hoy, con mi tristeza asesina, me muero un poco por tu rencor, y me castigo sinceramente con esta añeja esperanza de no sentirme tan solo ahora, porque solo el amor me curará, solo el amor me curará. 

lunes, 10 de junio de 2013

Cadáver que se pudre cruzando la sala

De aquesta manera, como quien resopla lo mágico sensible, se llega al olvido. Solo necesitas abrir las alas, y explorar estos rincones, que yo voy dejando decorados de sangre príncipe. Y más allá, al otro lado de la sala, un cadáver que se pudre. O soy yo, quien verdaderamente se muere un poco cada veinticuatro segundos. O eres tú, porque te han matado con las primeras luces del día. Hoy es especial, porque hoy unimos estas almas, para por siempre dejarnos de estar triste. Y de esta fruta, habremos de comer los dos. Mi cabeza girará y tú caerás al pavimento.

¿Pero dónde está tu tumba? Mi silencio ya no te consume, ni tus entrañas me abrigan de esta pereza. Y es que hasta ahora yo no sé crear, solo destruir. Y lo que salen de estos dedos no es vida, solo son vestigios miserables que anteceden mi propia muerte. Otro contrario. Y te veo discretamente para no ahuyentar a este lobo de mar. Pero llueve, tal vez no aquí, pero sí al interior, al interior mío, quiero decir, o sea, que llueve en mi alma.

Perdí el cielo. Y esta fobia a llamarte y este terror a la luz. Sin el imperativo de siempre tener que sentirme esencialmente lúcido, para, digamos, componer un casa que no dispare gritos. Y ahora estás sola, y yo siempre estoy triste, pero eso no es alegría. En cambio, en esta permeabilidad, y esta desidia, sabes que puedes encontrar en este pobre hombre que sufre, alguien capaz de enloquecer por ti, que sonría de lejos, y esté dispuesto a morir contigo. O por ti. Que es tu ausencia, el vacío más concurrido, eso lo sabe hasta la Naturaleza que nos sostiene.

A nadie le importas, eso fue lo que dijeron los policías cuando me arrestaron. Ni siquiera a ella: horas más tarde, lo comprendí tras el shock de tu pérdida. Y entonces saqué la lengua para hacer una horca con mis palabras y de-una-vez-por-toda-morirme-por-última-vez. Y entendí mi irrealidad, y todo se fue fulminando como un cáncer. Y mis sueños de aquesta manera, fueron dropledos, y los fogosos colores apagados por el gris incansable de tus ojos perpetuamente lunares.

Solo este amargo trago de dolor y arrepentimiento, solo este pavimento revestido de tu sangre me acompañará en mi travesía por la noche infinita. Y yo ya no quiero sentir. Quiero, en cambio, prestarle mucha atención al cuerpo que se pudre. O soy yo o eres tú. Y en el silencio nos cogemos las manos. Y descendemos a nuestras tumbas plagados de muerte. Y el mundo avanza. En aquesta ribera, la memoria arde. Y del otro lado el viento infame borra nuestros nombres tatuados en el horizonte.

Ya desfilan las desafinadas voces. Y tras otra noche, pasan con sus llanto enorme a poblar mis pensamiento. Y pluegos por el transtoquer de mi mimiosa existencia. Como si te me cayeras este en pozo mi tumba cálida, a arragada a los poblesis téfilos de mi vida que acicha. Y recaes por tu bien pensada calma, podrimos tu elmenar tu pieneos pensamientos hechos de papel clave. Y yo hago no le caso más a nadie, porque importa poco qué de hechos estamos. Si soy la mancha más triste y preocupada en tu lienzo. Y a este paso... me voy... muriendo... de amor.... lejos de ti....

Y me lleno de aullidos. Y enloquezco me, si en ti, mi vida buscaba una justificación para continuar su cauce. Y ahora solo como un hongo que se pudre junto al cadáver cruzando la sala.

sábado, 1 de junio de 2013

Tempestad

Duermevela... Late el deseo, mientras allá a lo lejos
los barcos que se mantienen a raya zozobran.
Se impulsa el estival.
Como apetito que hierbe,
este eco fruncido, que no sabe ya reptar,
exculpa demandas de cariño intenso...

Hay un niño triste que mira desde
dentro del espejo;
y sus ojos están rotos, no rotos como un corazón,
sino verdaderamente rotos:
el melancólico color de sus iris
bajan por sus mejillas,
como si fueran a desembocar
en una hilarante sonrisa,
como un río fulgente de fracasos.

Y decrece el ámbito sosegado,
muy pronto la mañana se llena de lluvias.
Por la acera cruza un perro y deja sus orines,
los dispersa como quien aleja los barcos.
¿Y si fuera este el final de mi vida?,
se pregunta el padre, mientras coge el revólver.

El niño se despide de sus amigos,
se encierra otra vez en su habitación,
y decide, solo por esta vez,
convivir buenamente con sus demonios.
La madre solloza. Pero su llanto.
El niño la oye. No sabe qué decir.
Entonces cualquier cosa que sea más dulce
que el silencio sería mejor que cualquier píldora.

El padre trata de comer los delirios de Javier,
los imagina sucios como chocolate,
y ese hábito, esa pereza, la comunicación.
Los ensimismados salen a las calles,
se toman de las manos, se agrupan,
cantan loores a la bandera,
y así, atados, como tejidos por las venas,
se lanzan al barranco.

Allá abajo, donde los barcos
que se mantienen a raya zozobran,
la expectativa es grande:
les prometieron, por primera vez en el mundo,
la sonrisa de Dios, que los llenaría de gracia.
Y en cambio, todos lloran.

El niño decide caminar un poco,
usar esas dos extremidades
que, dicen los adultos, le regaló Dios
para caminar por el mundo.

¿Y si Dios no fuera más que esa imagen,
o esa tortura que pendula en mis pensamientos?,
de esta forma termina sus elucubraciones el padre,
luego su cerebro pretende adornar
el opaco sinsabor que lo acompañó
la vida entera. Cae el arma.
Y la noche también.

La perfección simultánea,
con su mágico terror.
Y los perros con sus ladridos que hieren,
la madrugada que esconde acápites de lujuria,
se inflexionan torvas ofuscaciones,
y el delito es enorme, tal vez la condena sea menor,
pero el peso de la conciencia.
¡Haber matado un hombre!
Mi madre a menudo lo hace, piensa el niño.
Y luego se mutila.

Pasan las horas. Y el gris del tiempo
y su maldita manía de cambiarlo todo,
cambian ahora esa mueca eterna
por un vacío espectral.
Uno nunca es lo que ellos pretenden,
dice la madre a su hijo.
Luego toma el arma del padre.
Los barcos gritan, ¡no te mueras, dios, no te mueras!
Pero dios ya cayó por el barranco.
Y el fiasco de la gente:
esperaban ver una sonrisa,
pero solo vieron la mueca de terror.

Por la noche, cuando todos lloran,
se eleva desde sus efluvios más dorados,
los alacranes sinceros,
y pican a los demás,
y todos dejan de llorar.
El niño les muestra el color de la muerte.
Y cuando nadie pretende ya saber qué es el infierno,
la madre ha abusado de las píldoras,
y a su vez, de su hijo han abusado los niños del colegio.

Por eso lo encontraron muerto a orillas del río:
así, con los pantalones abajo, sangrando,
con el épico grito y su lastimosa oración,
por si estás ahí, ven y mátalos.
Pero ellos eran más. Fueron una muchedumbre
de gentes cosidas por las venas. Y todos, sin turnarse,
es decir, todos a la vez, abusaron del niño.

Se llevaron hasta sus ojos.
Se llevaron también la inocencia y el color.

El niño se levanta.
Se seca la sangra. Cura sus heridas.
Come su corazón.
Se retira al interior de su Yo.
Revientan las pústulas religiosas.
Lleno de rencor, abre la puerta de su habitación
y suspira: No debí de haber salido hoy.

Duermevela... Las gotas, perfectas sincronadas,
como cromáticas efervescencias,
hacen zozobrar barcos enormes.
Pero el deseo, apagado y subyacente,
se guarda al interior del pérfido telón.
Muy adentro, como si rompieran un corazón,
palpitosas estuarias tempestades
abordan el ícono extático del viento.
Acechan los perros, y los muertos
estas vez abren las alas y huyen nadando.

Yo sé que en tus tristezas

Yo sé que en tus tristezas piensas en mí...
Porque tras la comodidad de una estable relación
los fantasmas de los primeros besos permanecen
detrás, a la espera, como lobos hambrientos,
de saber colarse en el presente,
y a devorate con malicia los pensamientos.

Yo por eso sé de que en tus tristezas me sientes...
Y aunque el tiempo ha engordado,
entiendo, no hace falta ser sabios,
que esta distancia es un cinturón irrompible.
Si bien no veo los temblores de tu rostro
cuando sucumbes a la nostalgia,
presiento que has de sentir
esta misma mierda que deprimen mis ojos.

Yo sé que en tus tristezas te acuerdas de estos dedos
que surcaron profanamente tu piel clara,
y que intentó atravesar el desierto cálido
en que se fue convirtiendo, por el estrés, tu espalda.
Y de estos ojos ya ni se acuerdan
los ojos tuyos, ni de cuando, ebrios de amor
nos entregamos a la cuenta infinita
de las estrellas que nos procurábamos.

Yo sé que en tus tristezas también sabes odiarme...
Porque el cielo era una lágrima de muy baja calidad,
mientras en tus ojos se oscurecía la vida
y luego el flash que despertó a la realidad.
Las confesiones, el llanto, las maldiciones,
los ruegos posteriores configuraron
en última estancia esta insalubre sentimentalidad
que ahora, cuando sientes tristeza,
hace que te acuerdes de esta cosa
que me llena de mierda el alma.

Yo sé que en tus tristezas recuerdas mis versos,
elucubras inciertas profecías y te desdicen los hechos,
blasfemas mi nombre y te sumes en el olvido.
Y esto en perpetua oscuridad,
cuando no está él para irrumpir tu desgraciada
pena, o tu destreza para olvidar.
Y el tiempo se descompone en nostalgias,
me quiebra el alma esta tristeza
sin saber que hacer ahora fugazmente,
ahora que lees este poema
entran las nostalgias a violarte la mente.