sábado, 10 de marzo de 2012

Hombre que mira a una mujer

Llueve, ¿cierto? Y aquí se respira tristeza. Todavía soy incompetente en ese sentido. Toda la felicidad que acaparamos se va con las gotas de lluvia. Por la tarde dormíamos juntos, respetando nuestros anhelos y nuestras causas comunes. Quiero ser como tú, dijiste, dormitando todavía. Y te propuse si no podrías ser más altanera. Pero, claro, tú desconoces de eso. Das el todo por el todo, y yo todavía sigo siendo un chico malo. Ciertamente, y eso es un axioma, no me necesitas para ser feliz, ni yo a ti. Podemos ser felices por separados, tenemos esa capacidad y esa ganas que Dios en compensación nos dio. El que creas que eres feliz conmigo o yo contigo, es solo superstición; tan solo tenemos la grata coincidencia de coincidir en este instante de felicidad que nos creamos. Pero que compartas tu felicidad conmigo o la mía contigo, eso es otra cosa, una más sencilla y acústica, como para oír mientras nos vamos quedando dormidos otra vez. 
Sabes-que-te-has-hecho-mayor


Te aburres de mí y te vas a dormir, o eso cuentan los periódicos de mañana. No sé retratar mi arrepentimiento ni dibujarme pueriles ansias de ser niño bueno. ¿Por qué no saludaste a nadie en el día de la mujer?, te preguntaste mientras colocábamos la cortina en su sitio. Con qué cara puedo celebrar este día tan nominal y delicado, si yo mismo he herido a una mujer de porcelana y miel. Tú misma has sufrido un rato por mi oposición y mis frustraciones, mis diligencias por apartarme lo más posible y oír la sinfonía de mis pensamientos. Me desgasto de sangre y llanto. Ahora mismo lloro, y esta lluvia de mis ojos no emula la de afuera, porque no pretendo despertarte ni asimilarte como otra. Solo quiero que entiendas que estuve loco, pero ya cambié. Y que ahora soy inofensivo o estructurado de mucho más papel. Yo te amo. Y si en la tarde no te dije nada al oído, mientras dormías, era porque dibujaba acuarelas de tu belleza en mis pensamientos, para que un día no muy lejano, tú entiendas que no nos necesitamos para ser felices. Somos autosuficientes, somos incipientes. Yo mismo he cortado el velo, he roto el cristal y he desaparecido con los primeros días del año. ¿Por qué me necesitas entonces si puedes ser feliz sin mí, si las cosas te van mejor desde que no estoy a tu lado? Te necesito para tener con quién compartir esta alegría. O para que el curso general de nuestras vidas siga yendo mejor que antes, porque, ciertamente, hemos madurado, aunque entiendo que te hayas vuelto algo arisca. Ahora duermes, y no haré ruido para que te despiertes y me prestes atención. Yo solo quiero tus ojitos cerrados y no terminar esta admiración.

No hay comentarios:

Publicar un comentario