Había una vez un padre que tenía una esposa y un hijo. Y eso parecía hacerlo feliz. Pero un día se enteró que su esposa estaba esperando otro bebé. Entonces recé: "Dios mío, si no es mucho pedir, haz que sea niña". Y así fue. Nació una hermosa niña. Y parecía mirarme desde el fondo de su silencio, el día en que la recibí en mis brazos. Ella fue creciendo. Y yo me hacía viejo. Y vi que Dios había hecho de ella lo que había hecho con mi esposa: una persona tan buena, generosa, amable. Pero supe que eso no le alcanzaría en la vida. Así que le pedí a Dios que la hiciera como yo. Y Dios así lo hizo. Ella se hizo dura y reacia; podía manejar camiones, pintar la casa, arar el campo. Se hizo emotiva y terca. Y yo dije: "Dios, ¡suficiente!, !hazla como Tú eres, Señor! Y así lo hizo. Ella tuvo ese apego por la gente pobre. Se hizo bondadosa y solidaria. Dio su vida por ayudar a la gente. Y así se hizo enfermera. Y ayudó a tanta gente. Peleó con la muerte por no dejarse arrebatar a la gente, las trajo de vuelta. Y escuchó el último suspiro de muchos moribundos. Entregó su corazón a la gente. Y caminó por el mundo ayudándolos. Ayudó gente en la Amazonia, en África, en Afganistán, en Iraq. Y en Siria tuvo que aprender a arrastrarse sobre su pecho hasta llegar al herido, sin ser mordida por las balas. Pero algo le faltaba. Entonces le pedí a Dios: "Señor, hazla feliz". Y te conoció. Yo nunca había visto ese brillo en sus ojos ni esa sonrisa en su cara hasta que te conoció. Y le estoy agradecido a Dios por eso.
Hoy, en tu boda, te entrego lo mejor que tengo en la vida, quizá lo único que me queda ya. Yo solo quiero que entiendas lo mucho que nos ha costado a Dios y a mí traerla hasta aquí para dártela en matrimonio.
Permíteme, por favor, un último consejo: Dios y yo hemos trabajado arduamente para que ella llegué hasta ti, así que, por favor, no la cagues.