Dame de tu cuerpo, corazón, porque me patinan las ideas por la cabeza, tú sabes, hacen mucho ruido aquí arriba.
Tampoco hay musas que usen medias negras.
Solo el dolor con que lavo mis pies.
Estoy perdido en una tormenta derramada en el mantel,
porque tu boca no nombra ya el silencio.
Fúndeme de ganas, cariño, porque he perdido la orientación y ya no escucho el susurro que hace el zatrix invadiendo mi sangre.
Ya para qué las musas, si son todas gallinas, lentas, llenas de humanidad,
un poco sombrías, son sencillas y ya no entienden de Literatura.
De milagro se tumban en aviones de sospecha,
su forma de mirar, como si buscaran un personaje en un pecho estrecho.
Y así salvan la especie, sin remedios y con locuras,
y mis ojos que no soportan tu claridad.
Mi buen destino, cariño, es fumarte, como si tomara el Sol
en una avenida llena de sangre, y tú no reconoces
a este infeliz que puebla tus lunas de ley de pastillas
conmigo no te puedes perder:
deberíamos acostarnos más seguido, quizá romper sillas
pintar el cielo de crudo y salvar las calles, o recrear latitudes
por ejemplo la sal de tu cuerpo cerca al mío
cuando disfrutábamos del sexo y la erotomanía.
Las cosas pasan porque sí, las musas pasan por nada,
si bien siempre diste vuelta por mi cabeza, en cosa de minutos, casi como un rayo que teme, te hiciste sombría, taciturna y lenta.
Entonces perder la vida es una apuesta lenta, porque no nos pertenece
una vez que nos hemos decidido optar por el contacto corporal
en vez de alimentarnos de canciones en llamas y cuervos amenazantes.
Dame de tu alma, cariño, que tengo sed
y no hay silencio mejor que tus pantanos y tus piernas apuntando al cielo.
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