martes, 5 de agosto de 2014

Tus ojos bellos y arrechos

Tus ojos tremendos, abiertos hacia el cielo, saliendo de una oscuridad beata.
Tus piernas delgadas, como salidas de un mar de hielo y cenizas.
La noche crespa. La lluvia indigente. El suelo húmedo.
La gente se aglomera, y grita la tempestad de sus mundos.
La hebilla se te cae. Tus manos me arrebatan la ansiedad.
Tus manos se hacen rayos, y dibujan en mis mejillas otra verdad.
Me alivio de tu grupo barrial. Los intestinos y la piel. El sexo resulta barato.
Todos gritan tu nombre. Y las paredes vibran.
Tú otra vez. Con los labios entreabiertos, como queriendo lamer mi miedo.
Y Dios está distante. Y a veces nos queda un poco de marihuana disidente.
Pero solo veo tus ojos grandes, que iluminan esta carretera llena de hormonas.
Y tus palabras guías.
La gente con su cámara de fotos. Y un león acechando a sus presas.
Y yo describo todo eso, porque entre la gente vas tú.
Me llamas genocida por liquidarte. Quiero tocar tu vientre.
Llevarte con el viento. Inundarte de monedas y salvaciones.
Tus ojos clavados en el corazón. Tienes ratas en la cabeza.
Una fea cicatriz que atravieza tu alma.
Y la gente te reclama, quédate un rato más, la noche recién comienza.
El tiempo nos roba la niñez, porque tú eres mi licor, y yo tan solo soy un tarado.
Pero te hundes en la noche. Y entras a ese vacío dentro de la gente, en sus corazones, como limosnas, como arquetipos de hambre.
Sin embargo, yo puedo ver, de entre toda esa gente tu rostro bello y arrecho, que me mira, llena de coquetería, tu boca que me ruega un verso. Y esta pared que nos separa.
Una composición toda podrida.
Somos un par de suicidas dialogando de néctar y quetiapina, en este muladar de locos. Yo cargo tu cruz pero tú pones los clavos.
Tus ojos se apagan. La noche también. Las enfermeras circulan. Y todo queda en desorden. Solo tu ojos arrechos y afiebrados llenos de mortalidad.

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