Tengo una semana de golpes y apenas dos noches de sueño. Y aún sigo debiéndole los asuntos de vida.
Si sigo así, tan recurrente y decaído, terminaré por perder lo poco que me queda de recuerdos y nombres.
Soy tan improvisado, que termino aburriendo a las chicas; porque vivo solo de pensamientos recurrentes, eso que ella llama obsesiones.
Cada vez que quiero naufragar busco su cuerpo. O busco sus ojos como
inmensas bahías. O su voz que me acurruque el tacto y las horas.
Y
ella ya sabe cómo soy. Y eso no parecía importarle. Para su pecho, eso
no era problema. Pero con los días, las compulsiones la fueron agotando.
Y ahora respira lejos de mí. Para recordarla, me dejé una cicatriz que
todavía arde.
Y también su electricidad al acompañarme en las paranoias.
Pero ya olvidé sus horas y sus notas de madrugada. Ahora duermo más tarde, y sigo inédito en sus arenas.
Hace mucho que no me decían algo así, y no puedo más que alegrarne entre los suplicios, e intentar sentirme un gato menos.
Las voces transcurren, se hacen tópicos y vuelvo a lo mismo.
De cualquier modo, es temporada de vientos fuertes, y era cuestión de
lluvia oírlo; pero prefiero que sea mi boca la que me alerte.
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