viernes, 21 de junio de 2013

Solo el amor me curará

A P


Cuando nos conocimos, yo apenas empezaba a ser un niño, y tú, ya habías encontrado un sendero. Por lo tanto, la diferencia de caracteres era total: yo con mi introversión, tú con tus palabras que lo inundan todo. Y esto que nació para matarnos. Y esta desidia y esta enemistad disfrazada de gusto    criminal. Entonces una infame sinrazón, como si antecedieran al desastre, esa ladina necesidad de hacernos falta, con los ribetes a desamor tras cada amanecida, los ojos simples y el tartamudeo que no dejó de soplar en mi interior. Y tú, acaecida de recuerdos, rebosante, como un oropel, como un tejido, como la mitad que se muere cada noche, perecías tras cada crisis. Aún no era tiempo para eso, nena. Aún... Y fue así que tratamos de conciliar mi amarga locura, esa pestilente indecencia, con tus cálidas emociones. Y yo aprendí de ti cosas que ni siquiera sabía que existían en mí, cosas fabulosas que fuiste puliendo con tu arte trágico y silente. Y tú aprendiste de mí amarguras y malos ratos. Y de ellos consumiste la savia perpetua, el agrio terror, mis distimias, mis disforias, la locura pasional que fue tornando de rojo el soterrado amor. Latente, tras los estribillos de tus voces, la temprana noche iba royendo todo lo que pudo, nuestros pensamientos, las histerias, el saberse muertos a plena luz del día, en un cabizbajo trajín todo se consumió bajo esta demencia.
Y cuando todo iba bien, nos acurrucábamos pensamiento a pensamiento, y nos dejábamos influenciar por el futuro imperfecto y soñábamos con eso que algún día nos pertenecería. Pero otra vez mis ganas de comer tu corazón, y repté por tu llorada calle, hasta llegar a tus piernas monstruosas, en donde me inundé, como un temor que regresa.
Yo aquí, moribundo de ternura, roto por el vaivén de tu recuerdo, hostigado por eso que nos hirió, miro mis últimas luces; me acompañan el frío canto de un goteo, el temblor sepulcral y el opúsculo meditante de una alargada sombra. Y eso soy: la sombra de mi persona, el trastorno que te persigue, un hincapié de tu memoria. La noche trascurre sin novedad. Se alzan las garúas. Y tu perpetras el homicidio príncipe, con su holgura a pan muerto y sus pesquisas descollantes. Se muere algo cada segundo, es tal vez el recuerdo tuyo de mis dedos flotando en tu vientre, o tus labios limpiando mis lágrimas. Ya no hay naves extraterrestres a las que temer, ni ansiadas perezas, ni un muerto que renazca, solo estoy yo con mi miedo y mi soledad, cubierto de cintas de agua, tratando de morirme por tu ausencia, por tu pintada incomprensión, tu adquirida indiferencia, como si, decentemente, aclarásemos esa partida de meteoritos fugaces que caen. 
En un segundo, con tu palabreo y mi enemistad, se contrajeron en el universos miles de aromas. Del otro lado, en tu boca la sangre fluye como estival. Se renace con cada suicidio. Pero no es cierto que tú seas el final, claro que tendremos tiempo para imputarnos largos terraplenes de ínfulas. Los que es hoy, con mi tristeza asesina, me muero un poco por tu rencor, y me castigo sinceramente con esta añeja esperanza de no sentirme tan solo ahora, porque solo el amor me curará, solo el amor me curará. 

1 comentario:

  1. Macabra y elegante forma de describir una trágica separación de dos personas que alguna vez cultivaron... amor

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