
Y todos mueren. Y
yo, hecho jirones.
Pero me quedas tú,
que eres como la justificación de mis faltas, el hombro donde apoyarme, la
tentativa de olvido progresivo, el eco tierno de la tormenta que se va.
Cuando no puedo
pensar bien y se ocupan de mí esos fantasmas que de a pocos se comen mis
pensamientos, cuando amanezco y rodeo la neurosis, con sus anfetaminosas manos
circulando mi mente, en ti encuentro un escape, el pasadizo silente que me ha
de llevar a una cama remota, para que descansemos como dos moribundos a pleno
despertar.
Es como un
fogonazo de estúpidas palabras, con sus telúricas imposiciones, y el traspié
del amor. Como si hubiera respuestas para esta cárcel. Y la distancia, con su
tendencia a engordar, nos separa, porque es irrompible esta mirada, este
desmedro, esta existencia que no se olvida. Dime, por favor, que quieres volver
a contar mis penas, a ordenarlas y ventilarlas y maquillarme con tu alegría que
sondeaba mi universo literal. Y tus ojos, que yo quise tanto, que yo, por
suerte, encontré, quietitos quietitos, mirándome, porque yo fui sincero y
también fui único, porque nadie te enloqueció más que yo, con sus flores energéticas,
con su bondadoso desliz y su paranoia. Y que de mí, por cierto, guardas el
lívido recuerdo de un tipo dando vueltas por la habitación. Ya no es más tuyo
ni mío. Esto es el presente. Lo siento, pero ya todo es incontenible. De todas
maneras, cualquier párrafo es tuyo. Porque se asemeja a tu dulce maravillar, tu
reflejo edulcorando mis consabidas penas.
Chau
compañerita.... Me da frío y el frío, pena; y la pena, suicidio. Mejor me
abrigo y trato de inventarte en mis sueños, ya que mis pensamientos diurnos se
tornan apestosos, cargados de miserable locura.
Por el bien de la
humanidad, tomemos un café.
Porque ya me cansé
de ir y detenerme en los detalles, pudiendo contemplarte desde dentro, quiero
decir, tomarte por el alma y construir contigo un universo nuevo. Como si fuese
tu planeta y tú, mi estrella.
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