jueves, 6 de marzo de 2014

Como tantas cosas, tampoco me explico la ineficacia de poder articular palabras, de escribirlas siquiera para invitarte a salir, no solo al parque o a tomar un café, sino a salir y explorar tu vida un poco copada de la mía. Así, tan iguales, pero en distintas excepciones, así me apresuro por dibujarte en mis huesos, para asirte y decirte que me eres necesaria como las alas que invento para volar. Me encanta verte, me encanta saber que estás del otro lado, leyendo lo que escribo, no necesariamente para un personaje estricto, con sus neurosis bien enfocadas, me encanta sobre todo saber que compartes el mundo conmigo. Aunque casi ni me conoces, ni yo conozco tus hábitos ni tus tristezas, al menos hemos compartido un segundo al día, recordándonos como dos sujetos desentendidos de cotidianas presiones. Y al menos así, pedirte que me regales un episodio de tu vida para abrir con mis llaves sendos parajes para inmortalizar tu nombre, como quise hacerlo desde el final. No soy no soy un tipo de esos que te pretenden, pero al menos viajar a tu lado, acomedido de tus sueños, me hace vibrar, como vibro cuando me miras o finges hacerlo, paranoias después. Y aunque la madrugada nunca me hace bien, prefiero tu pelo largo y tus ojos pardos, sujetando mi imagen de soñador despertando. Y yo te creo, desde tus labios sofisticados hasta tus sueños latentes. Porque no hay final, por lo menos no en esta historia de mirarte como siempre y sentir que estás en una lista, y yo por lo menos ni soy turista en tu vientre ni en tu cabeza. Así que me quedo con los sueños y los origenes, este pensamiento taciturno que se vincula con esta extraña enfermedad de permanecer a tu lado, aunque nos irritemos de tanto ya no más soportarnos.

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