Usted nunca fue el padre amoroso de las películas que las industrias de cine nos vendieron. Tampoco fue el padre alcohólico, contraparte del primero, al que no le importa ni un bledo la consistencia moral de sus hijos. Ni fue el super héroe que pasa millones de pruebas para reafirmar su condición de padre. Ni el ladino, truhán, perverso cretino que estafa hasta a sus hijos y enseña a estafar. Tan solo fue un ser humano, con sus propias introversiones, su silencio milenario, sus manos que construyen futuro y esas maldita soledad que le impidió rodearse de mi miserable compañía.
No fue usted mi modelo a seguir, pero siempre quise ser así de duro, silencioso y valiente, callando dolores y pervirtiendo las reglas, creando marginalmente un espacio para su silente culpa. No fue usted un tipo entregado al trabajo al cien por ciento, porque siempre se le veía en casa, arrastrando su dolor rotoso, con ese aire a "no me pasa nada, tal vez fue un mal movimiento". No fue usted comunicativo con sus hijos, si hablaba era tan solo para sentenciar un castigo; pero en ese sigilo, su pacto con el misterio, aprendimos ciertamente a necesitar siquiera su mirada arrepentida, porque usted era tan humano y, como tal, se equivocaba. Y muchas veces se equivocó con nosotros.
Usted trataba de olvidar su pasado. Por las noches caminaba en secreto, y tras sus pasos iba derrotando los pedazos de tierra que le siguieron hasta este presente fatuo. Y desde sus arrepentidos labios, sin temple, musitaba un vals. E iba recolectando experiencias, que después nos daría en forma de consejos. Y así pasaron sus días: usted aplastado en el sofá, videando una película de acción, para disimular el dolor que le rompía las arterias.
No fue usted nunca un tipo de sermones, sus escuetas frases, su sabiduría tomada de la experiencia y sus delirios fóbicos bastaron sinceramente para enseñarnos un poco de cristianismo militante. No fue usted un gestor cultural, prefería lo práctico, por eso, cuando le dije que quería ser escritor, manifestó su disconformidad y me prometió un mejor futuro si fuese ingeniero. Y un cálido recibidor para mis ideas consternadas, si acaso, esa personalidad infeliz que de usted heredé, con sus vacíos incopables, se manifestaba con la imposible psicosis que usted albergó entre su silencio y su rara simpatía.
Su sombra se alarga y muy pronto se une a las fantasías del lado oscuro de esta casa incompleta. Y su corazón se parte, por si en esta eterna tristeza, puede al menos darme el amor que desde niño le exigí, para más o menos identificarme con usted. El tiempo me cubrió de gris. Y su callado dolor se fue exportando. Y muy pronto, tenerlo enfermo fue un ritual. Con plañideras a expensas de nuestro patrimonio, se arrastraba tras el dolor un criminal sueño. Y sus ojos fueron llenándose de silencio y su boca expelía refugios. Temblamos ahora de miedo, ante el dolor que no quiere expresar; sus febriles ojos, su postración necesaria, la remota insistencia de la muerte que vino a buscarnos o el mar cálido que atrae con su rumor los abnegados fracasos de llevárselo. Pero pronto su habitación y su mente se llena de un silencio inmaterial, un golpe interior, la implosión del tiempo enterrado en lo profundo de su memoria hacen que su vasos sanguíneos colapsen y de esta cruda manera usted se cubre de un silencio total.
Usted no fue nunca un padre amoroso. Pero fue un buen padre, pero fui un mal hijo.
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