viernes, 18 de abril de 2014

Sí, sí, sí...

Ahora sé por qué no tengo amigos: no soportan ni mi carácter irracional, ni mis palabras ni mis sonrisas, y les altera que esté un paso delante, con ideas que no pretenden ser dogmas, pero al menos tratan de solucionar intuibles desajustes. Quisiera rayar su mediana estatura mental, pero sería al mismo tiempo limitar mis apetitos intelectuales. Nadie me dijo que esta vida sería bonita, lo admito. Y si me encontré con ellos, fue también para encontrarme conmigo y saber por fin, al fin, que no soy tan malo. Porque al menos tengo una sonrisa y estoy en la edad de equivocarme todo lo que pueda, porque tengo toda la voluntad del mundo y un poquito de paciencia. A paso lento, pero seguro. No soy un espejo, tan solo una casa para los pobres. La fama y el talento me fueron siempre esquivos, y cada brazada es un techo fingido. No hay manjares, solo este perro esperando, como quien espera el perdón de los pecados. Si alguna vez quiero morirme, sé que debo esperar a ser viejo. Y quizá para ese entonces ya pueda dejar de ocultarme tras un seudónimo. Y por fin agradecerles a cada uno de ustedes, un nuevo nacimiento. 

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