Madre, cuando amiptriptilina no sabe hacer su
negocio, apareces tú para pintar mañanas en mi futuro truncado, para
trazar con tus besos senderos por los que tu hijo prematuro, con dientes
de leche en el corazón, pueda transitar ávido de tu cariño, memorable bribón que se retuerce de pena tras tu ausencia.
Y, madre, cuando amitriptilina no sabe llenar todas estas ansias que
me llegaron por correo el día en que te fuiste, madre, apareces tú, con
tu delantal y tu abrigo, enseñándome a cazar dragones bulbos,
enseñándome a persuadir los relojes, inequívoco truhán, y recortar
gladiolos de tu jardín que desde te fuiste se implora tan invierno.
Madre, cuando amitriptilina no sabe cuidarme de esta bronca y de esta
profundidad, tus ojos desde mi recuerdo me dan su luz y dibujan en este
rostro avejentado por tu ausencia una marca de perpetua timidez.
Y
es que, madre, ni amitriptilina ni yo sabemos cómo haces para borrar
todos estos ruidos de mi mente, que me engañan y me aislan, porque,
madre, desde que te marchaste sin avión, permanece gris tu habitación y
tu jardín. Y esta sonrisa que se muere de ganas por llegar hasta ti.
Madre, no te olvides de tenderme la mano, cuando yo quiera llegar volando al sol, si quiera para verte un ratito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario