martes, 13 de diciembre de 2011

Una temporada en el infierno

Esta vez no fue por intento de suicido y andar conversando con un perro loco llamado Albertino, esta vez, ya lo veía venir, fue porque andaba muy triste, afligido y nostálgico, pintando en las paredes y llorando todo el día por esa mujer de mis pesadillas y ensueños. No hubo fuerza ni forcejeo, fue medianamente voluntario, porque tenía que descender a esas latitudes, estar entre tanto loco, para comprender qué es lo que me pasa. Y esas horas malsanas, investidas de la mediocridad y la dejadez de los gobernantes, sentado y temblando de frío, mientras veo desfilar a esas hormiguitas llevándose a la cucaracha muerta, mientras veo a los pacientes perder la paciencia en mitad de un desaforado grito de locura incandescente, que sabe exhorbitar a los enfermeros, quienes corren ávidos a golpearlos, mientras lloro y me hago un corte con la cáscara de las paredes, a esa hora yo todavía entiendo que la vida es un pleito, y que estar medio secuestrado, confinado a ese maloliente pabellón 4, rodeado de otros, entiendo que la vida tiene que cambiar, y que tuvo que pasar esto tan desastrozo para que yo entienda cabalmente que sí la amo. Las lecturas que hice de Owen, Saint-Simmons, Tristán y un ilegible Hegel, me ayudaron para formular esta arenga: "Pero adelante, dejar de ser teóricos, parlanchines y hacerla, porque la revolución no se hace con palabras, se hace con acontecimientos. Exacto, pero antes de concientizar bueno sería prestigiar la tan desprestigiada idea de revolución, tal vez presentando sin edulcorantes esta idea los trabajadores se unan con nosotros, con los revolucionarios, prometerles, jurarles que la revolución es para ayudarlos, no para matarlos". Y esta vez en definitiva cambiar el mundo, no para mí, mi mundo ya esta roto, descompuesto y fuera de sí, sino para esa gente que en verdad se equivocó, una vez más, en elegir a su gobernante. Ollanta, no me provoques. 

Dejaré el egoísmo por el altruismo, el ensimismamiento por el trabajo social, la dejadez por la acción, el silencio por la revolución y el llanto por la lucha.

Vuelvo, aunque enamorado, loco y obcecado, me permito desinflar las penas, dejar de lado las musas y ayudar a los demás.

Una temporada (más) en el infierno me valió para recobrar las riendas de mi existencia.

Gracias, doctor Victor Larco Herrera.

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