Fui ruido de tu propia cosecha.
Fui viento que acarició tus manos.
Fui temblor que estremeció tu pecho.
Me encontraste rondando tu huerto, en busca de un cobijo
para mi mente. Y me ofreciste tu boca y tus dedos. Y yo te di mis letras y mis
ojos.
Me hubiera quedado ciego por ti. Pero en cambio, me quedé
pequeño y lleno de colores.
Anduve tétrico por un sendero de baquelita y ruiseñor.
Y tú me recogiste y me llevaste de tu mano, por los
intrincados mundos de la imaginación. Hiciste posible que mi pasión y mi afecto
se hicieran verso.
Yo busqué en tu sonrisa todas las estrellas.
Y me quedé con las que creí eran las más grandes.
Y esas las usé para iluminar mi futuro.
Con un grupo de amigos hicimos eventos y sociedades, y tú
eres la razón más inmediata para no quedarme loco y sucio. Para levantarme cada
mañana y construir futuro. Y una casa donde colgar mis penas para que las
puedas corregir de aquí hasta la oscuridad.
De qué valió el sonido y la luz, si tu tempestad lanzaría
todo por los cielos. Y me quedé sin casa, sin futuro, sin gatos y sin relojes.
Desde entonces busco alguna manera para valer algo para
alguien, aunque sea para mí. Aunque sea para Dios. O mis padres o mis gatos o
mis perros. Alguien que pueda reconstruir eso que perdí.
Y un abrazo que me vuelva a armar, a estas alturas de la
resaca, no vendría nada mal.
Fui prosa de tu dedos.
Fui elogio de tus labios.
Soy miseria que fuiste dejando.
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